El domingo 18 de octubre a eso de las 5 de la mañana cuando me levante para prepararme e ir a la capital para la clase de maestría, me doy cuenta de que mi cara estaba completamente inflamada, por lo que me vi precisada a tener que ir de emergencia al médico. Debido a que como muchos dominicanos no tenemos dinero o un seguro medico, tuve que ir al Hospital Regional Universitario San Vicente de Paul.
Visitar este centro de “asistencia social” es toda una experiencia. Llego al San Vicente a eso de las 8 de la mañana y en la entrada de emergencia no veo ningún médico y me encamino hacia la recepción y le digo a unos residentes que necesito que me atiendan y uno de ellos me dice qué que tengo, no observó lo inflamado que tenía el labio superior.
Le explico y me pregunta que si me duele le digo que no. Sin ningún otro comentario me diagnostica alergia, pero no me pregunto qué había comido o qué había hecho que me pudiera provocar alergia. Nada, el diagnóstico, Alergia.
Me dice que me siente en la camilla, que por cierto tuve que hacer malabares para sentarme porque estaba toda sucia de sangre, supongo que de otro paciente que ya habían atendido, me informa que tienen que ponerme un antialérgico pero que en ese momento no había por lo que debía comprarlo. Por suerte no fui sola y le pedí a mi hermano que fuera a la farmacia más cercana a comprar el medicamento.
Llega el medicamento y un momento después una enfermera, que por cierto me recordó la canción de Juan Luis Guerra, El Niagara en Bicicleta por la delicadeza con que me trato, me aplica la inyección.
Mientras esperaba a ver que otra indicación me hacia el médico, observe a un pobre infeliz que como yo, se había visto obligado por las circunstancias $ tener que acudir a nuestro San Vicente. Este señor tenía un dedo lesionado por lo que se le debía practicar una radiografía a fin de determinar la magnitud del daño, alcance a escuchar que esto no sería posible en ese momento porque el responsable no había llegado. A este señor no le quedaba de otra que esperar mientras el dolor no solo físico sino también de impotencia, me imagino, también le carcomía su maltrecho cuerpo.
Una hora después de haber llegado al San Vicente me enteré por un médico, al cual le comente la falta de antialérgico del centro, que allí solo tenían tres juegos de pinzas para coser a quienes llegaban con alguna herida y que si la cantidad de paciente a atender en ese momento era más de tres no le quedaba más que esperar hasta que se esterilizara una de las pinzas.
“Doña la emergencia de este hospital es un desastre, en muchas ocasiones los pacientes tienen que esperar un buen tiempo porque no hay guantes para curarlos, la limpieza es otro cuento y en referencia a una antitetánica, en emergencia nunca hay. El hospital solo tiene este medicamento para los que están internos. Si usted no tiene el dinero se fuño”
Aproximadamente una hora después de ver que ningún médico me iba atender, decidí que debía irme porque ahí no iba a encontrar más nada y fue lo mejor, porque cuando me estaba bajando de la camilla llegó uno de los residentes, es decir uno de los recién graduados, con una señora de unos 60 años o eso supongo por las arrugas de su rostro que también podría ser de tantos días de penurias, la doña llevaba diez días con una diarrea y solo ese día le habían mandado a hacer análisis el cual arrojó como resultado que tenía una infección por el parasito de la Ameba. Me baje de la camilla para que el Medico pudiera atender a la doñita que espero haya tenido mejor suerte que yo.
Me voy a mi casa con mi cara toda inflamada con la esperanza de que con el medicamento que me habían puesto la situación se solucionara, pero el caso no fue así. El lunes siguiente seguía peor, por lo que no me quedó de otra que irme a un centro clínico privado. Allí el médico que me atendió descubrió que no era una alergia sino un diente dañado que me había creado la hinchazón. Me indicó un antiinflamatorio y al segundo día la situación había mejorado bastante.
Hoy solo tengo que buscar lo $ del dentista para que la situación no se repita. Gracias al apoyo de la familia y al médico de la clínica que me facilitó medicamentos pude resolver en parte la situación, pero yo me pregunto ¿y los cientos de ciudadanos que no tienen ni con que comprar una aspirina, cómo pueden resolver su situación si en las emergencias de nuestros hospitales no hay ni siquiera un antialérgico que es un medicamento bastante económico?
Unos días después de esta desagradable experiencia participe de una actividad que tenía Salud Publica en donde estaba presente el Doctor Bautista Rojas, Secretario de Estado de esta cartera, tenía la esperanza de que me dijera porque en el San Vicente hay tanto problema, me entere que no estaba llegando la subvención, pero esto no fue posible. Cuando nos acercamos para entrevistarlo nos dijo que no, que él estaba muy “cansado y que le dolía la garganta de tanto hablar”. Se monto en su yipeta de lujo y se fue. Yo lo único que me dije y tu cree que este señor va a perder su tiempo hablando con periodística de provincia, no mi hija bájate de esa nube.
Espero en Dios nunca tener que volver a vivir esta experiencia que por cierto no fue la primera, hacía algunos meses que había visitado el San Vicente con una herida en la cabeza y también tuve que comprar la antitetánica por más de mil pesos. Además espero que sea verdad lo que me dijo el director de este centro hospitalario, que lo que había pasado era que yo había tenido la mala suerte de ir cuando estaban haciendo el cambio de turno y que por eso no tenían el medicamento pero que en almacén hay bastante.
¿Cuándo los médicos protestaran por esto?, me dice un amigo que cuando ellos no sean los mismos que se benefician de este tipo de situaciones, al final del cuento las clínicas privadas son las que salen ganando. Gracias a Dios que en esas clínicas existen médicos que cumplen el juramento hipocrático, porque si no estaríamos como me dijo un médico de verdad “fuñíos”.
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